La Euro la ganaron los pobres

Por Raciel D. Martínez Gómez

Me atrevo a decir que los últimos campeones de la Eurocopa de fútbol estarían fuertemente relacionados con la visión y misión de la Unión Europea (UE).

Es decir, a final de cuentas, los países ganadores en el deporte más popular del mundo, serían prueba irrefutable de que, con esta fórmula asociativa que es la UE, es posible superar las graves asimetrías entre naciones de una región continental.

Y es que, revisemos, en fila la ganaron Grecia (2004), dos finales para España (2008 y 2012) y esta última para Portugal (2016), países considerados de segunda clase en este experimento internacional (no olvidemos que en esta lógica, en que los pájaros le tiran a las escopetas, habría que incluir el crecimiento de Turquía).

La Unión Europea nace en 1993, nombre que sustituye a la Comunidad Económica Europea (CEE) creada en 1958. El establecimiento de un mercado único, ha generado una serie de dinámicas basadas en políticas públicas de cooperación, en que los países más débiles, es evidente, se favorecen con los apoyos que el resto más poderoso suele inyectarles.

En principio, la CEE la integraban seis países: Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos. Ahora, con la UE, hay 28 países, y la última Euro, fíjense el dato, se jugó con 24.

Después de la trágica experiencia de la Segunda Guerra Mundial, Europa apostó por una política para disminuir sus siempre altas posibilidades de conflicto. Y parece, entonces, que el fútbol amortigua sinsabores y produce consensos, alienantes o no, e identidades colectivas que subliman esa violencia que en otros campos es insoportable.

Es obvio que se prefiere más esta guerra de balón que una intervención armada.

Uno observa Las Hurdes, tierra sin pan, documental dirigido por el cineasta español Luis Buñuel en 1932, y se notan los cambios que en España han sido radicales a raíz de su integración a la UE (aunque el que los dirigió, Vicente del Bosque, parece más fruto de la transición franquista que del liberalismo moderno europeo).

Seguro hay otros factores por los cuales dichas tres naciones se agenciaron la Copa Europea de fútbol. Es evidente el palmarés histórico labrado hace medio siglo por la furia roja española, y los portugueses, ni se diga, desde la época sesentera de Eusebio.

Sobre lo de Grecia no sé qué especificar -aunque más bien sería surrealista-, pues en medio de un desastre político y económico derrotaron a la mejor versión de los lusos, con Figo al frente.

Sin embargo, algo ha de haber de circunstancia favorable socioeconómica para que los deportes de los países europeos mal llamados pobres hayan subido, como ocurrió con España en el fútbol -a su vez que en el tenis y en el básquetbol.

En su genial artículo “El triunfo de los descerebrados”, publicado en El País Semanal, Javier Cercas nos ponía nuevamente a consideración la hipótesis excluyente de aquellos nacionalistas ingleses, por ejemplo, que sostiene que la UE es un instrumento diseñado para que griegos, portugueses y españoles roben, mientras los güeros toman el sol y se emborrachan con sangría.

El Brexit lamentablemente refuerza esta especie xenófoba latente en contra del sur amenazador, al que añaden los bárbaros migrantes de Oriente y las ominosas fuerzas oscuras de África.

En fin, Grecia, España y ahora Portugal demostraron que no hay enemigo pequeño y que dentro de los contextos pobres pueden emerger estrellas que superen a potencias como Alemania o Francia, a pesar, por cierto, de su espléndida media cancha integrada por puro colonizado.

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