Italo Estupiñán, de aquel cangrejo rojo

Por Raciel D. Martínez Gómez

Como todo futbolista destacado en la década de los 70 en México, tenía que haber sido apodado por el legendario locutor de televisión Ángel Fernández. Ítalo Estupiñán recibió el mote de «Gato salvaje» en una época en que pulularon los sobrenombres que sustituían las enclenques alineaciones del Zacatepec -«Harapos» Morales, por ejemplo- o del propio Toluca -Vicente Pereda, el Diablo mayor-, donde Italo Eugenio levantó la copa de campeón de liga en 1974-75.

Hoy en día, en un país que todavía no se sacude el culto a los futbolistas argentinos, el fútbol ecuatoriano goza de un palmarés de cierto pedigrí. Recordemos que, con la llegada del ecuatoriano Alex Aguinaga al Necaxa, se marcó un hito en las filas de los electricistas que pensábamos en el peor de los chistes posibles: junto al Atlas, el Necaxa jamás sería campeón. A Estupiñán y Aguinaga se debe sumar Enner Valencia, otro ecuatoriano, del Pachuca, que con una campaña fugaz de goleador firmó un contrato millonario para perderse en el West Ham de Inglaterra.

El Gato salvaje, por cierto, no tenía el fuelle de Aguinaga ni la versatilidad de Valencia. Estupiñán fue un centro delantero de estilo tronco, como el «Alacrán» Jiménez, que jugó en Monterrey y Cruz Azul. Claro que el fútbol tosco de Ítalo tenía además un tufo espartano, su función era luchar cuerpo a cuerpo con los defensas centrales, y hasta con los porteros, como ocurrió con Miguel Marín, el Supermán de Cruz Azul, a quien le fracturó un dedo en una salida riñonuda. De hecho, el gol con el que se coronaron los Choriceros, en la final contra León, aún está en duda: si fue de Ítalo o autogol de Héctor Santoyo, el Cuirio, en medio de una salida precipitada del «Chato» Hugo Pineda.

Estupiñán era la pieza clave en esa especie de antifútbol que dirigía el uruguayo Ricardo de León. En las 38 fechas de la campaña regular apenas recibieron 32 goles. Mucha gente, como Mario Medina, afirma que de León jugaba al pressing y que nadie lo entendió.

El asunto es ganar, decía de León en una manta que colocó en el vestidor de los rojos. Una especie de catenaccio con el que el Toluca se encerraba y ganaba en puro contragolpe, a pase de Héctor Eugui a Estupiñán, que forzaba cualquier jugada con su anárquica cabellera. Iba al choque, y de tres o cuatro ganaba una, y era suficiente: un killer del área.

Asimismo, Estupiñán estuvo en el América, con quienes jugó en una Copa Interamericana; en el olvidable Atletas Campesinos, equipo semilla de lo que hoy son los Gallos de Querétaro; y en el Puebla de Muricy, dirigido por Manuel Lapuente, repitió Ítalo como campeón en la temporada 1982-83.

Terminó su carrera en el Emelec de Ecuador. Y seguro ya nadie se acuerda que Estupiñán ganó el Citlali al mejor jugador en México en 1975.

Ítalo Estupiñán falleció el primero de marzo de este año a la edad de 64 años. Fue víctima de una infarto en una plaza comercial de la ciudad de Toluca.

Angel Fernández se regodeaba con la alineación del Toluca de don Ricardo. Es posible de de León haya practicado un fútbol más marro que el del húngaro Arpad Fekete, el DT que más equipos salvó del descenso en México. Tras Estupiñán había un resguardo de lujo: de portero Walter Gassire, y de central Roberto Matosas: por eso sólo bastaba un regate salvaje de Ítalo para ser campeones, como lo hizo en 1974-75 en una Bombonera que consagró a lo que llamaron también, con plena justicia, el Cangrejo rojo.

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